Eduardo Rojas Briales – València – 13/12/2018
Eduardo Rojas Briales, Profesor UPV, Decano Colegio Ingenieros Montes, Subdirector General FAO y responsable Departamento Forestal (2010-15), Comisario ONU Expo Milán 2015.
La humanidad ha sido desde su mismo origen cazadora, para asegurar la provisión de la proteína animal imprescindible, que ha sido fundamental para el desarrollo del cerebro humano y la cognición. La domesticación del fuego y su uso generalizado hace 125.000 años han modulado los ecosistemas de la mayor parte del Planeta modificando la vegetación y creando socio-ecosistemas más resilientes y diversos que aumentaban considerablemente las poblaciones de interés cinegético. Esto confiere a la caza una potente dimensión cultural al tratarse del eslabón más directo con el origen de nuestra especie. Aun hoy la caza supone una fuente de alimentación e ingresos clave para la subsistencia de las poblaciones que viven cerca de los grandes macizos boscosos, en muchos casos indígenas.
La prohibición de la caza y sus consecuencias
En los últimos años, ha surgido el debate sobre la posible prohibición de la caza al que se ha sumado la Ministra de Transición Ecológica. Una decisión de semejante magnitud no debe fundarse en emociones sino en el contraste de todas sus dimensiones sean culturales, territoriales, sociales, económicas o ambientales y considerando las complejas consecuencias de la decisión que algunos defienden.
El abandono rural que padecemos ha provocado en toda Europa una explosión de las poblaciones de ungulados
Ya sean jabalíes o cérvidos. Esta sobrepoblación comporta riesgos de transmisión de enfermedades a la cabaña ganadera – como ya se observó al excluir la caza de cabra montesa en el Parque Natural de Cazorla a mediados de los 80 – y de peligrosos accidentes de carretera o presencia creciente en zonas periurbanas. En Castilla y León la primera causa de accidentes de carretera son los choques con ungulados.
Si como sociedad pretendemos abordar el riesgo de despoblación, es necesario aprovechar todos y cada uno de los recursos disponibles siempre que sea obviamente de forma sostenible. Hoy disponemos de carne de caza procedente de gestión forestal certificada ya que no deja de ser otro producto más de nuestros bosques, todos ellos renovables. La caza constituye uno de los pilares económicos de extensas comarcas y puede serlo aún más en el futuro.
Nuestro turismo requiere desestacionalizarse
Tampoco deben obviarse los impedimentos legales a una posible prohibición de la caza. La Constitución, cuyo 40 aniversario celebramos ahora, delega esa competencia en las Comunidades Autónomas. Ninguna actividad recogida en la Constitución se puede limitar a su mera prohibición dado que erosionaría el propio sentido de tal competencia. Además, afecta y deforma excluyente a los derechos de propiedad, lo que podría acarrear considerables reclamaciones patrimoniales contra la Administraciónsin un evidente beneficio para la sociedad.
Obviamente existe la alternativa de generalizar el modelo de regulación de las poblaciones de ungulados delos Parques Nacionales donde personal contratado al efecto elimina mediante caza los ejemplares sobrantes. Esto ocasiona un elevado coste para el erario público, cuando existe demanda suficiente para que esa necesaria regulación genere ingresos en vez de gastos.
El debate de fondo proviene de la traslación de categorías humanas a una parte del reino animal, curiosamente no a todo (insectos, ratas, palomas, etc.) apostando por la protección estática del individuo en vez de la especie, el ecosistema y sus procesos, y olvidando que en tanto que seres vivos no son eternos. Es curiosa semejante contradicción de quienes superando el Humanismo tienden a venerar un constructo artificial de lo natural a la vez que ignoran el fuerte componente social de nuestro territorio y su rico patrimonio natural co-evolucionado.
Los líderes políticos no se miden por los conflictos que generan sino por saber reconducirlos construyendo alternativas basadas en el conocimiento y las ganancias recíprocas (win-win), que hagan avanzarla sociedad. Por ruidosa que sea la minoría abolicionista de la caza, es mucho mayor, en términos demográficos y territoriales, la población rural.
Cuando el argumentario contrario a la caza no ha podido aportar un solo argumento objetivo para su prohibiciónque no pueda ser canalizado mediante una regulación ecuánime. Pretender prohibir el ejercicio de una actividad de tal alcance en el tiempo y espacio constituye un atropello para la minoría que lo ejerce y la población que lo sustenta y es difícilmente justificable tanto política como jurídicamente, además de todas las razones objetivas ya mencionadas.
Observamos una actitud profundamente intolerante -y radicalmente contraria a los principios de la Ilustración- que pretende prohibir todo aquello contrario a las preferencias personales. Por poner un ejemplo,podemos no compartir la afición por los deportes del motor por peligrosos, el consumo innecesario de combustibles fósiles o las emisiones de CO2 sin utilidad alguna, pero de ahí a prohibirlos va un largo trecho.
En todo caso, no debemos olvidar que disponemos de una ciencia cinegética consolidada e internacionalmente reconocida, así como de profesionales competentes en esta materia para abordar los ajustes necesarios para mejorar esta actividad de forma que permita aflorar todo su potencial para mantener un mundo rural vivo y la seguridad de todos.