Salvador Riera y Ibern - Barcelona - 07/13/2016
El torcaz (Columba palumbus), ha sido una de las especies cinegéticas a las que se dedica más tiempo entre las diferentes modalidades de caza.
Una de las bases para el éxito de su cacería es conocer lo mejor posible? Lo que pasa también, obviamente, con las otras especies? sus costumbres etológicos, es decir donde anidan, donde s'assolellen, donde estancia, donde se cobijan los días de viento, donde van a comer y sobre todo, qué comen.
Objetivos
Ultra hacer estas observaciones mientras se practica su caza o mejor, en los días previos a la partida, siempre es aconsejable a la hora de esmocar-los, fijarnos cuidadosamente en que llevan el buche y así, en función de la lugar donde han sido cazados, de la hora, de la estación, mientras que hace, etc., poder hacer deducciones que serán muy provechosas de cara a establecer la estrategia de caza para jornadas venideras.
Evidentemente, no comen el mismo las torcaces del Montseny y del Montnegre que las torcaces del Segrià o del Plan de Urgell.
Y como en los últimos quince años he tenido la oportunidad de alternar cacerías en estos dos hábitats tan diferentes, haré a continuación una comparación de la base alimentaria del colúmbido tal como he podido constatar.
Observaciones constatadas
En las vertientes vallesanas de los Montseny y el Montnegre, la diversidad de los ecosistemas montañeros, con los bosques de haya (Fagus selvatica), las castañedas (Castanea sativa), los encinares (Quercus ilex) los alcornocales (Quercus suber), junto con los pinares de pino piñonero (Pinus pinea), los reductos de pino a bordo (Pinus halepensis), pino insigne (Pinus radiata) y de pinastro (Pinus pinaster) y los bosques mixtos que estas especies configuran, con su característico ya veces bastante apretado sotobosque, y las masías con sus bancales discontinuando los paisajes arbóreos, configuran un hábitat bastante idóneo para su establecimiento, eso sí, en densidades que nada tienen que ver con las que hoy se pueden encontrar en las comarcas leridanas mencionadas. (Quiero remarcar que no estoy hablando de las humanizadas poblaciones de palomas torcaces de las ondulaciones vallesanas centrales que sí son copiosas y que van en aumento.)
La base de su alimentación allí son la faja, y las bellotas de roble, encina o alcornoque, ?que vienen a madurar en ese orden? durante el otoño y el invierno. En esa época también comen ledons (Celtis australis), hiedras (Hedera helix) ?sólo si la bellota escasea?, y la flor del madroño (Arbutus unedo). Curiosamente, nunca he visto en ningún buche ni una sola cereza de madroño ni una castaña, que también hay pequeñas en determinadas perchadas, sobre todo los años de sequía. En los robledales de las partes culminantes, donde tanto me gusta cazar, también he encontrado papas con contenido casi exclusivo de cedidos (Cynips quercusfolii), que se hacen en el reverso de las hojas de los robles africanos (Quercus canariensis).
En primavera y en verano, sale a los bancales de las pocas masías activas, o baja a los cultivos de las hondonadas buscando el trigo (Tritium sativum), la avena (Avena sativa), la cebada (Hordeum vulgare) y otras gramíneas o leguminosas, como los frijoles pequeños (Phaseolus vulgaris) y los tapices (Lathyrus ochrus). No desdeña tampoco, cuando es el tiempo, bayas y frutas, como las cerezas (Cerasus avium), las fresas (Fragaria vesca), las uvas (Vitis vinifera), los higos (Ficus carica), los ramilletes de saüquer (Sambucus) nigra), las escopetas o uvas de moro (Phytolacca americana) y los ledons (Celtis australis).
En primavera es cuando más justos de comida y también los he visto alimentándose,? Que no en el tintero, ya que es tiempo de veda? de yemas de roble, ciruelo (Prunus domestica) y más regularmente, de flor de acacia (Robinia pseudo-acacia). También bajo la hojarasca del bosque aún encuentran alguna bellota que ha aguantado la descomposición. Estas bellotas? Todo de encina? son un recurso trófico hasta el mes de agosto.
Y también le gustan los piñones, cosa no muy conocida, sobre todo los de pino marítimo, que se los traga enteros. A menudo bordea los torrentes buscando descabezar las hebras tendral de la hierba fresca y abrevarse, al anochecer.
En el Segrià y el Pla d'Urgell, en cambio, el hábitat es muy diferente: aquí dominan los cultivos de cereales, alfalfa (Medicago sativa), frutales: manzanas (Pirus malus), peras (Pirus comunis), melocotones (Pirus persica), nectarinas (Prunus persica var nectarina), cerezas, uvas, etc., girasoles (Heliantus annus) y maíz (Zea mays). Más puntualmente otras plantaciones como las de mijo (Panicum mileacium), guisantes (Pisum sativum), otras leguminosas etc. Intercalados entre los cultivos hay bosquecillos de pino a bordo (Pinus halepensis), y cerca de algunos canales o balsas de riego, algunos pies de chopos (Populus nigra). Estos, junto a los pinos blancos, son casi, pues, los únicos árboles que podemos encontrar en estas llanuras agrícolas.
Aquí la alimentación fundamental son los cereales de verano ?trigo, cebada y avena? los aquenios de girasol y el maíz. Los frutales poco aportan a la dieta, salvo las cerezas, las uvas, ?muy localizadas en Raimat?, y los higos de los árboles que aunque no sean en forma de plantación crecen en algunos márgenes. Ocasionalmente he encontrado en el buche también algún caracol (theba pisana).
El maíz no lo comienzan a consumir hasta octubre cuando se inicia el tiempo de la recolección. Los pocos rastrojos de maíz que no son desgarrados para la inmediata siembra de cereal de verano, son los que les proporcionan alimento durante el invierno e incluso parte de la primavera.
En verano y en otoño, pues, es cuando encuentran aquí el máximo de comida, mientras que en el Montseny y el Montnegre la disposición más alta de alimento se da en otoño y en invierno.
conclusiones
Los cambios socioambientales en las dos áreas comparadas son decisivos para entender la densidad de la especie.
Mientras la despoblación de las masías diseminadas ya ha provocado una drástica disminución de las palomas torcaces en el bosque en los últimos cuarenta años, ahora podrían empezar a peligrar por otra circunstancia, las todavía exitosas poblaciones leridanas. En efecto, aquí, a pesar de la cantidad de grano que existe en los campos, la diversidad de recursos no es tan grande como en las comarcas barcelonesas y gerundenses, ya que la dieta posible no es tan variada.
El peligro radica en la explotación cada vez más intensiva de la tierra para sacar dos cosechas al año. Ya quedan lejos los barbechos, y la proliferación de infraestructuras y equipamientos hidráulicos han hecho aumentar notoriamente los regadíos que permiten regar girasoles y maíz, que necesitan mucha agua y el aumento desorbitado del precio de los cereales de verano, del trigo de moro y de las pipas debido a su uso como precursores del bioetanol, animan a los campesinos, que una vez cosechado un cultivo, la tierra se trabaje inmediatamente para plantar otro. Así, cada vez son más las fincas en las que detrás del trigo se planta maíz o pipas y, enseguida, otra vez trigo, con lo que las palomas torcaces no tienen tiempo de beneficiarse de los rastrojos.