La gestión cinegética

La gestión de las corzas

cacería corzo hembra. Foto Nilo Ribalta

Enrique Vélez - Els Hostalets de Pierola - 06/25/2019

La legislación española en su Constitución define la acción de cazar como exenta de la obligación de custodiar el territorio ni las especies que lo habitan, ésta competencia esta encomendada a la Administración pública. Pero la Administración a su vez exige, en los diferentes otorgamientos de derechos de explotación del patrimonio natural, la obligación de los ciudadanos y sus organizaciones de velar por la correcta gestión de los recursos. En este contexto es donde surge la necesidad de implementar medidas de gestión de las poblaciones de animales sometidas al régimen cinegético. Y es de ahí de donde proviene la exigencia de elaborar los planes de ordenación y de aprovechamiento, que permitan garantizar la conservación de las especies y un impacto negativo sobre el entorno.

Un plan de gestión de cualquier especie debe contemplar los siguientes aspectos

  • Cuál es el estado de la población (densidad y otras características).
  • Cuáles son los objetivos del plan.
  • Qué medidas se tomarán para alcanzar estos objetivos.
  • Qué tipo de monitoreo utilizaremos para determinar si hemos alcanzado o no los objetivos (StricKland et al., 1994; Putman, 2003).

La decisión de los objetivos del plan de gestión no responde únicamente a argumentos técnicos y en el fondo es un juicio de valor en el que confluyen aspectos sociales, económicos, biológicos y políticos (Sinclaire et al., 2006). En el caso del desbordado crecimiento de los ungulados en Europa, y el corzo es un claro ejemplo, un factor a considerar es la considerable ocupación humana del territorio.

hembra de corzo en un campo de rastrojo. Foto Nilo Ribalta

Los objetivos de la gestión de esta especie estarán condicionados por la capacidad de carga social, definida como la densidad máxima que la sociedad (cazadores, agricultores, público en general, etc.) considere aceptable en un área determinada (StricKland et Al., 1994)

Son totalmente subjetivos y pueden variar a lo largo del tiempo. Es decir: donde hoy gestionamos con la intención de que la población crezca, puede más adelante gestionarse para que la población se mantenga, en otro momento puede interesar que la población disminuya e incluso podría (como por ejemplo en el caso del jabalí y un imaginario brote de peste porcina) gestionarse con el objetivo de erradicar totalmente la especie.

Explicado esto, es fácil también entender que hoy en un determinado acotado puede interesar elaborar un plan de gestión que intente aumentar la población de una determinada especie (por ejemplo, de perdiz roja) y, muy por el contrario, eliminar totalmente otra (por ejemplo una exótica invasora).

Pero incluso con la misma especie: hoy puede interesar incrementar la población de corzos (conservación) y, en un futuro próximo y por diferentes motivos, sólo mantenerla y realizar una explotación sostenible (explotación), reducir su densidad (control) o sencillamente no tomar ninguna medida pero monitorizar su evolución (vigilancia) (Sinclair et al., 2006).

Habitualmente estamos acostumbrados a entender que la gestión del corzo siempre va encaminada a obtener mejores trofeos pero, como se ha explicado, no siempre tiene que ser así, sobre todo cuando hablamos de fincas abiertas donde lo que se consigue criar puede terminar cazado en el coto vecino.

Así, una vez decidimos qué es lo que queremos llegar a tener en nuestro acotado, o en nuestro territorio si quien lo pretende es la Administración, lo primero que hay que hacer es evaluar lo que tenemos. Desde los métodos de recuento indirecto (conteo de grupos fecales siguiendo bandas de muestras de terreno extrapolables al resto del terreno a estudiar, etc), hasta los métodos de recuento directo (recuento nocturno con avistamientos en recorridos en coche y faro, recuento de avistamientos durante las cacerías o recuento de animales abatidos, recuento con cámaras de foto trampeo, etc.), lo que se trata es de estimar el índice kilométrico de abundancia (IKA) que nos permita establecer el censo total de machos y hembras con la aproximación más exacta a la población real (Acevedo et al., 2008) con el fin de fijar una tasa de extracción, mayor o menor, según los objetivos deseados.

Hay que considerar, además, que el acotado no es un sistema ecológico cerrado e, independientemente de la natalidad y la mortalidad de los corzos, existen variaciones debidas a los desplazamientos (emigraciones e inmigraciones) provocados por diferentes factores: clima, alimentos, agua, presión sobre la especie, etc. Por ello, aunque se acepta que en una población en expansión la tasa anual de crecimiento teórico se situaría en torno al 35% (Saez de Buruaga, 1997; Boisaubert y Muron, 1997) tal vez la tasa de extracción es diferente, tanto por todos estos factores que modifican la población como para el objetivo final que pretendemos obtener. Asimismo, hay que estimar el grado de cumplimiento de los cupos (aceptado alrededor del 80% . Marco et al., 2011), el número de piezas heridas y no cobradas que no computan, la caza furtiva (que predomina sobre los machos ) y un sesgo de falso recuento al alza en el abatimiento de las hembras (posiblemente se están declarando capturas que en realidad no se han producido, lo que provocaría un desequilibrio en la sex-ratio a favor de que la población aumente más rápidamente) (Saez de Burguara, 1997; Putman, 2003).

caza de corzos. Foto de Nilo Ribalta

Respecto a las peculiaridades fisiológicas del corzo hacia los otros cérvidos de la Península Ibérica hay muchas consideraciones a tener en cuenta a la hora de gestionar la especie en nuestro acotado.

Tanto el momento como la duración de la época de celo para todos los corzos puede variar según la climatología y la latitud. Se acepta que está estimulado por el fotoperiodo y que puede durar dos meses con el epicentro en medio de julio para las poblaciones ibéricas, siendo más largo si la primavera y el verano son prolongados (Mateos-Quesada, 1998). Sin embargo, cuando hablamos de una sola hembra, tendrá un único celo y la receptividad a la cópula será sólo de unas horas, ya que se trata de una especie monoestrica, a diferencia de ciervos y gamos, que pueden entrar sucesivamente en celo durante hasta 8 ciclos ovulatorios mientras la hembra no queda preñada. El macho, por su parte, hará un discreto papel, sin muchas ostentaciones y reduciendo los enfrentamientos con otros machos a los estrictamente necesarios.

Los defectos y enfermedades hereditarias pueden deberse a la falta de machos

Ha sido descrita en varios estudios la monogamia del corzo, aunque en aquellas poblaciones donde la densidad de hembras es mucho más alta que las de machos, todas quedan cubiertas. La dominancia y fortaleza del macho permitirá mayor éxito reproductivo, ya que conseguirá mayor tamaño del territorio y un mayor número de hembras cubiertas. Este es uno de los principales motivos por el que es importante extraer proporciones similares de machos y hembras: si hay pocos machos es muy probable que estos engendren sobre las mismas hembras y sus propias hijas durante los siguientes años reproductivos, con mayor riesgo de consanguinidad y, consecuentemente, de aparición de defectos y enfermedades hereditarias. Hay relación entre mayor variabilidad genética, que viene a ser lo contrario de la consanguinidad, y mejor condición física (y peso) del animal, estudiada mayormente en machos, siendo por tanto los animales consanguíneos de menor tamaño, de menor fortaleza y de peor constitución (Ruiz et al, 2007).

carrera de corzos. Foto de Nilo Ribalta

Por esta «corta» receptividad es por lo que los machos acompañan a una hembra durante el período de verano, esperando su momento, pero siempre atento si irrumpe otra hembra (base de la caza con reclamo).

Durante el celo, el macho persigue a la hembra rápidamente e insistente dando círculos alrededor de un obstáculo o girando sobre sí mismos, formando los llamados "«corros de brujas»".

Se han visto también, machos nada territoriales. Suelen ser más viejos, seguramente expulsados ​​de su reino. Durante todo el celo deambulan erráticamente en busca de hembras a las que cubrir, interceptándolas y esquivando posibles competidores, siempre solos.

Como decíamos, la época de celo, en pleno verano, es mucho más temprana en los corzos que en los otros cérvidos europeos y peninsulares, en los que se da hacia el otoño, por lo que también su periodo gestacional es más largo , aproximadamente de unos 10 meses.

La diapausa embrionaria evita que los corcinos nazcan en invierno

Esta gestación es tan larga a expensas de una ralentización del proceso embrionario poco después de la cópula que llega a ser casi una parada gestacional y que se denomina diapausa embrionaria o implantación diferida (Short y Hay, 1964). La diapausa evita que las crías nazcan en pleno invierno, cuando las temperaturas son extremas y hay una reducción importante de los nutrientes, lo que podría llevarlas a la muerte. La reanudación de la gestación, ya a velocidad normal, comenzará para las corzas, de diciembre hasta enero, por lo que cada hembra parirá los meses de abril-mayo una, dos o raramente tres crías. (Media de 1,46 crías, Mateos y Carranza, 2000).

hembra de corzo con dos crías. Foto Albert Pozo

Es común en todas las especies de climas templados, donde están las cuatro estaciones del año, el hecho de que los partos y nacimientos se producen en el momento del año en que hay más garantía de supervivencia de las crías. En el caso de los rumiantes es durante la primavera por la abundancia de hierba, ya que es cuando la hembra tiene los máximos requerimientos nutricionales coincidiendo con el final de la gestación y el inicio de la lactancia.

Las crías nacen desvalidas y durante los primeros días esperan ocultas entre la vegetación la llegada de la madre para alimentarse y ser ordenadas, constituyendo este periodo el de máxima vulnerabilidad para ser depredadas.

Se encontraron diferencias en el sexo de los individuos nacidos según el hábitat ocupado por la madre (Mateos-Quesada y Carranza, 2000). Cuando el ambiente es precario (falta de alimentos, agua o mucha predación) existe una mayor tendencia en el nacimiento de hembras (64,29% hembras vs. 35,71% de machos), igualándose esta proporción cuando el ambiente es más favorable.

El corzo tiene una relación familiar muy peculiar

El macho no es necesario en el desarrollo de las crías, a pesar parece demostrado que en aquellos grupos familiares donde el macho permanece durante la crianza, éste asume más riesgos y aumenta la supervivencia de las crías (Mateos-Quesada, 2002).

Las crías acompañan la madre hasta la proximidad de la paridera del próximo año y son expulsadas a partir del séptimo mes si son dos o tres los hermanos, y más tarde en aquellas crías que nacieron solas, sobre todo si son hembras. Una vez son expulsadas vagarán deambulando hasta ocupar un emplazamiento, que podrá ser en un plazo de un año para las hembras y de al menos tres en el caso de los machos.

La colonización de otros territorios no lo es nunca a grandes distancias, ya que esta especie, a diferencia por ejemplo del jabalí, no es muy emigrante, por lo que el crecimiento poblacional puede conllevar serios problemas de consanguinidad (defectos genéticos), de enfermedades contagiosas (parasitosis o plagas) o de debilitación de los ejemplares por hiperconsumo de los recursos. Parece ampliamente aceptado que la población excedente de corzos debe ser eliminada o desplazada, por el propio beneficio de la cabaña existente y se ha demostrado que la proporción de sexos a extraer debe ser lo más parecido posible. Los machos son, dado el carácter de preciado trofeo, los «naturalmente» perseguidos, pero, ¿que hembras debemos quitar?

Hablando exclusivamente de gestión e intentando dejar de lado la ética, debemos saber que, dado el largo periodo gestacional de las corzos, casi todas las hembras en edad fértil estarán siempre preñadas (lo están, como hemos dicho, 10 meses a la año). Esto no debe ser pues el impedimento para disparar.

Hay quienes piensan que se tienen que eliminar aquellas que llevan solo un corcino, por ser «malas» criadoras, pero se contradice con la idea de reducción del número de animales: interesa pues sacar aquellas que crían más.

rastreo de corzo hembra

También es bastante común la idea de eliminar las hembras que en época de cría no llevan ninguna. Pero éstas suelen ser las más jóvenes o las que han tenido la desgracia de perderlas. Por selección natural las hembras que pierden las crías serán más expertas y precavidas al siguiente año y no siempre la pérdida obedece al hecho de ser una mala madre. Hay estudios que relacionan directamente la mortalidad perinatal y la mayor presencia de zorros (Vulpes vulpes) en la zona y la mortalidad de los tres primeros meses de vida a la de la existencia de águilas reales (Aquila chrysaetos). Eliminar las madres que han perdido las crías por predación supone eliminar la vez las hembras más preparadas para la supervivencia de sus futuras crías.

Se acepta el hecho de que los animales más viejos son candidatos claros, pero tiene que tenerse en cuenta que la esperanza de vida de las corzas puede exceder de 10 años y en teoría por lo menos hasta 8 años son todavía fértiles.

Cada vez son más expertos los que reconocen como mejor opción, eliminar la familia completa (madre e hijos) sin importar la edad de los mismos y aquellos con el mayor número de corcinos, si lo que queremos es reducir su número.

En cualquier caso, lo que queda claro es que las hembras también tienen que gestionarse si queremos tener una población saludable y sana, con suficientes alimentos disponibles para garantizar la supervivencia de la especie y, además, no debe desmerecer la captura de estas por el único hecho de no tener cuernos. Una corza también es un digno trofeo y, por supuesto, una carne fina y de reconocida exquisitez.

Referencias

Acevedo, P., Delibes-Mateos, M., Escudero, MA, Vicente, J., Marco, J. & Gortázar, C., 2005. restricciones ambientales en la secuencia de Colonización de corzo (Capreolus capreolus Linnaeus, 1875) a través de las montañas ibéricas, España. Journal of Biogeography, 32: 1671-1680.

Acevedo P., Ruiz-Fons, F., Vicente, J., Reyes-García, A. R., Alzaga, V. & Gortázar, C., 2008. Estigmating Red Deer abundancia en una amplia gama de situaciones de gestión en hábitats mediterráneos. Journal of Zoology, 276: 37-47.

Acevedo P., Ferreres, J., Jaroso, R., Durán, M., Escudero, M. A., Marco, J. & Gortázar, C., 2010. Estigmating corzo abundancia para grupos de pellets recuentos en España; una evaluación de métodos adecuados para mediterráneos madera-landas. Indicadores ecológicos, 10: 1226-1230.

Boisaubert, B. & Mouron, B., 1997. La situación de los ciervos en Francia. Boletín mensual de la Oficina Nacional de Caza, 218: 22-25.

Marco, J., Herrero, J.,Escudero, M.A., Fernández-Arberas, O., Ferreres, J., García Serrano, A., Giménez-Anaya, A., Labarta, J.L., Monrabal, L.& Prada, c., 2011. Veinte años de seguimiento poblacional de ungulados silvestres en Aragón. Pirineos, 166: 135-157.

Mateos-Quesada, P., (1998). Parámetros poblacionales y sistema de apareamiento del corzo en las Villuercas. Tesis Doctoral. Facultad de Veterinaria. Universidad de Extremadura. Cáceres.

Mateos-Quesada, P., Carranza, J. (2000). patrones reproductivos de corzos en el centro de España. etología, 8: 9-12.

Putman, R., 2003. companiom del gestor de ciervos. Swan Hill Press, 180 pp. Baño. Reino Unido.

Ruiz, _M.J., Roldán, E.R.S., Rey, I., Malo, A. F., Gomendio, M. (2007). variabilty genética influye en el estado físico en el corzo macho. Galemys, 19 (Número especial): 159-168.

Sáez de Buruaga, M., 1997. La ordenación cinegética en la caza mayor. I Curso de Gestión de Cotos. Fundación para el estudio y defensa de la naturaleza y de la caza mayor, 37-56. Madrid. España.

Short, R. V., Hay, M. F. (1964). imlantation retrasó en el corzo. Reprod. Fertil., 9: 373.

Sinclair, A. R., Fryxell, J. & Caughley, G., 2006. Ecología, Conservación y Manejo. Blackwell Publishing:. 450 pp Oxford (Reino Unido).

Strickland, M. D., Harju., Mc Caffert, K., Miller, H., Smith, L. & Stoll, R., 1994. gestión de la cosecha. Las técnicas de investigación y de gestión de la vida silvestre y hábitats. (Ed. T.A. Bookhout), 445-473. La Sociedad de Vida Silvestre, Bethesa, Md. Estados Unidos.


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